Retrato de un Pescador, 1952
Todas las mañanas, se despertaba antes de que saliera el sol, se ponía su desgastado sombrero marrón y salía al agua en su pequeño bote de pesca.
El mar era su vida, su sustento y su pasión. Conocía el océano como la palma de su mano y había aprendido a lo largo de los años cómo leer el clima y las mareas, cómo encontrar los mejores lugares para pescar y cómo pescar los peces más grandes y deliciosos.
Mientras cabalgaba hacia el mar abierto, respiró el aire salado, sintiendo la brisa fresca en su rostro. El olor a mar era su aroma favorito en el mundo, una mezcla de sal, algas y pescado que llenaba sus pulmones y vigorizaba sus sentidos.
Sus días eran largos y duros, llenos de trabajo agotador y paciencia infinita. Echaba sus redes al agua, esperaba pacientemente durante horas y luego las recogía, comprobando la pesca del día. A veces regresaba sin nada, otras veces lo recompensaban con una recompensa suficiente para alimentar a su familia y vender el resto al mercado oa los transeúntes.
A pesar de las largas horas y el duro trabajo, el pescador amaba su vida en el mar. Había algo en el agua abierta, el sonido de las olas rompiendo contra el bote y la interminable extensión de azul que lo llenaba de una sensación de paz y satisfacción.